Ayer, 28 de julio, en el 190 Aniversario de la Independencia del Perú, Ollanta Humala asumió, previa juramentación de estilo, invocando la Constitución del 79, la presidencia de la república, por el periodo de 05 años (ni un día más), tal como se comprometió en campaña y entendido así en su discurso de una hora, para alivio de la derecha que todavía no puede asimilar la derrota o que continúa con sus dudas a pesar de que Ollanta ya les dio gran parte de la torta del poder en la conformación del gabinete. Y, ojo, las carteras más importantes que tienen que ver con el resguardo de sus intereses económicos y la continuación del modelo, dentro del mismo sistema, pero, eso sí, con inclusión social, como él mismo lo ha reiterado en numerosas ocasiones.
Entonces, la pregunta es: ¿va haber cambios o no? ¿Es posible que se logre la Gran Transformación dentro del sistema imperante y con el mismo modelo económico perverso que tiene sumido en la pobreza a la gran mayoría de peruanos? ¿Será suficiente el agregado de la inclusión social para lograr esa transformación cuando los grupos de poder dominantes en los 190 años de vida republicana tienen capturado al país aletargado en el atraso? ¿Qué otros elementos son necesarios para garantizar reales y eficaces cambios que tanto ansiamos los que hemos respaldamos de alguna manera el triunfo del nacionalismo?
La verdad, hay naturales dudas. Es posible que la mayoría de la población peruana debe estar envuelto en un mar de dudas, porque históricamente los presidentes ofrecieron una cosa e hicieron otra distinta a sus promesas electorales. Sin embargo, esta vez nos anima hondo optimismo porque el presidente Ollanta Humala cumpla con sus compromisos y satisfaga las aspiraciones frustradas de los de abajo, de las poblaciones más humildes de la costa, sierra y selva del país que votaron por él, y esperan ansiosos su reivindicación.
El mensaje presidencial, en ese sentido, fue esperanzador, como dicen casi todos. Las líneas base que van ha caracterizar a su gobierno –según hemos escuchado de él- se pueden resumir literalmente en “reforma, democracia, libertades, inclusión, redistribución, crecimiento, paz con justicia, seguridad, descentralización, transparencia, soberanía y concertación”.
Lo que significa que para avanzar hacia la transformación anunciada necesariamente deberán producirse reformas sustanciales en la Constitución Política del Estado, sobre todo en el régimen económico (que define todo), lo que la derecha no estará dispuesta a ceder un centímetro. Ya estamos viendo cómo los mineros mueven todas sus influencias y utilizan su poder mediático para impedir o minimizar los impuestos a sus sobreganancias. Este es sólo un ejemplo. Porque la generalidad del empresariado de la banca y el comercio, rentista y usurero, jamás permitirá que se toque sus intereses y millonarias utilidades en las fraudulentas privatizaciones, la depredación de nuestras riquezas naturales, las concesión de las reservas mineras, gasíferas y petroleras, etc. A ellos no les interesa el desarrollo y el progreso del país, como tampoco les interesa la reivindicación de los más desposeídos, de aquellos que por tantos años están esperando una calidad de vida digna, con empleo seguro, sueldos y pensiones que permitan vivir humanamente, una educación de calidad y gratuita para nuestros hijos, y atención universal de la salud del hombre y la mujer peruana.
Considero esa posibilidad de cambio (si es que existe realmente decisión política para tal efecto) sólo si el nuevo gobierno tiene como sostén social y político a las representaciones regionales y locales, progresistas, nacionalistas y de izquierdas, que deberán respaldar las reformas, organizando y movilizándose, en acciones de masas, contra los reaccionarios que desde el propio gabinete y el congreso se opondrán a las justas reivindicaciones de las mayorías. Ollanta debe ser consciente de la fe de nuestro pueblo en esa Gran Transformación que ha anunciado ayer 28 en su discurso a la Nación. Otra frustración sólo servirá para alentar imprevisibles convulsiones sociales que liquidará, de una vez, y más temprano que tarde, y para siempre, el abyecto sistema imperante.