Entrevistas Fue terrorista, militar, novicio franciscano y hoy es antropólogo. La asombrosa historia del “soldado desconocido” llega a Ayacucho.
Las 4 Vidas de Lurgio Gavilán
Las postales de su azarosa aventura. “Es un milagro que esté vivo”, dice.
“Mi relato representa a los pobres. Es un llamado de atención a todos los peruanos. Hay abandono del Estado y Sendero Luminoso lo ha capitalizado como lo quiere hacer ahora el Modavef”.
El próximo 10 de abril se presentará en Huamanga, Ayacucho, el libro “Memorias de un soldado desconocido. Autobiografía y antropología de la violencia”, de Lurgio Gavilán Sánchez.
Desde que fuera publicado en 2012, el libro autobiográfico de este ayacuchano ha recorrido el mundo, pero es la primera vez que llega a su tierra natal.
La historia es increíble: Gavilán tenía apenas 12 años cuando se enroló en las filas de Sendero Luminoso en Ayacucho. Era enero de 1983.
Aquel niño huérfano, analfabeto y quechua-hablante debió empuñar el fusil para encontrar a su hermano que militaba en las huestes de Abimael Guzmán.
No lo encontró.
Tres años después, en 1986, fue capturado por una patrulla del Ejército. El oficial al mando no lo ejecutó, como se dice que ocurría con algunos detenidos, sino que le perdonó la vida y lo incorporó al Ejército.
El quinceañero Gavilán sirvió en el cuartel Los Cabitos 51 de Huanta y vistió el uniforme verdeolivo por una década. Llegó a ser sargento primero, luego de lo cual pidió su baja para ingresar a la orden franciscana.
Fue novicio en Lima y Junín. Se dedicó a la meditación y a impartir catequesis en los centros misioneros de la sierra y ceja de selva hasta que, en 2000, colgó los hábitos para estudiar antropología.
Fue nombrado profesor auxiliar de la Universidad San Cristóbal de Huamanga y, en 2008, ganó una beca de la Fundación Ford para estudiar una maestría en Antropología en la Universidad Iberoamericana de México, donde radicó desde entonces y escribió el libro.
“Es un milagro que Lurgio Gavilán sobreviviera a esta azarosa aventura. Pero acaso sea todavía más notable que, después de haber experimentado el horror por tantos años, haya salido de él sin sombra de amargura, limpio de corazón, y haya podido dar un testimonio tan persuasivo y tan lúcido de un período que despierta aún grandes pasiones en el Perú”, escribió el laureado escritor Mario Vargas Llosa en el diario El País de España.
“Es cierto. Es un milagro que esté vivo”, reflexiona Gavilán, mientras recorre las calles de Huamanga.
Se conserva delgado como un muchacho y habla con la pausa y los ademanes sencillos de un fraile franciscano. Está casado y tiene dos hijos: Erick, de 18 años, y Estela, de año y medio.
CARETAS lo entrevistó en exclusiva en Ayacucho.
–¿Por qué tituló su libro ‘Memorias de un Soldado Desconocido’?
–El nombre del libro es una metáfora. Mi relato representa a los pobres de nuestros andes, a los desposeídos, a los campesinos. Los más pobres fueron atraídos por Sendero Luminoso, y lo mismo sucedió con los soldados que fueron reclutados para luchar contra los senderistas. Eran recogidos de los lugares más lejanos y más pobres de la serranía.
–¿Cuál es el mensaje que quiere trasmitir con su historia?
–Es un llamado de atención a todos los peruanos de todos los niveles. La gente sigue siendo pobre; nuestro sistema económico es muy desigual, aún existe abandono, hambre y necesidades básicas. El factor pobreza nos lleva al analfabetismo, y lo tenemos desde la primaria, y también en la Universidad. Hay abandono del Estado y Sendero Luminoso lo ha capitalizado como lo quiere hacer ahora el Modavef. Es el mismo lenguaje y debemos estar alertas para evitar que se repita la historia.
–En su relato menciona a un teniente del Ejército de sobrenombre ‘Shogún’. ¿Quién fue?
–Lo considero mi padre militar. Cuando yo enfilaba en Sendero Luminoso, hubo una emboscada militar y él se compadeció de mí y me perdonó la vida. Jamás conocí su nombre verdadero. En una ocasión me envió una carta y después no supe nada más de él.
–¿Qué enseñanzas le dejó su paso por el convento franciscano?
–He pasado cuatro años estudiando en el convento. No fue un tiempo perdido. Ha sido un espacio muy bueno para aprender a perdonar como lo hizo Dios. Pude llegar a los más pobres. Asimismo, aprendí las cinco declinaciones del latín.
–En el libro se menciona que visitó a monseñor Juan Luis Cipriani por recomendación de una monja a fin de ingresar al seminario. ¿Cuál fue el resultado?
–Sí, lo fui a visitar en Ayacucho y le dejé saber que yo era militar y que tenía deseos de convertirme en sacerdote. Me respondió: “cada uno en su sitio”. (En su relato, Gavilán sostiene que Cipriani sabía que al cuartel acudían prostitutas y, por tal razón, no podía estar en el sacerdocio. Cipriani le habría dicho: “vuelve a tu pueblo y sigue rezando a Dios”. Gavilán salió casi llorando de la reunión con Cipriani y regresó a Huanta donde trabajó como peón, cargando piedras y juntando pencas de tuna. Después se volvió a encontrar con la monja y ésta le dijo: “tocaremos otra puerta”. Me presentó a las madres franciscanas de Huanta y me dieron folletos de convocatorias de selección para ser franciscanos”. Gavilán Sánchez recibió el hábito franciscano el 16 de marzo de 1998).
–Si pudiera conversar con el presidente Humala, ¿qué le diría?
–Le pediría que se ocupe más de la comunidad campesina, que la asistencia llegue mucho más a los trabajadores del campo. Le hablaría de mi libro, porque él (Humala) ha sido un militar y me sentiría alegre si pudiera leerlo como lo hizo el escritor Vargas Llosa.
–¿Se siente seguro ahora caminando por Huanta?
–No podemos confiarnos ni siquiera en Ayacucho. Vivimos en un mundo inseguro. Como antropólogo, yo pienso que debemos darle prioridad a la seguridad ciudadana. Debemos enderezar nuestra casa. Necesitamos una mejor educación y la sociedad civil no debe estar aparte, vemos que hay una política, un gobierno, y una sociedad separadas entre sí. Hay que juntarnos, hay que unirnos. (Entrevista de Roberto Bustamante Flores)
Las 4 Vidas de Lurgio Gavilán
Las postales de su azarosa aventura. “Es un milagro que esté vivo”, dice.
“Mi relato representa a los pobres. Es un llamado de atención a todos los peruanos. Hay abandono del Estado y Sendero Luminoso lo ha capitalizado como lo quiere hacer ahora el Modavef”.
El próximo 10 de abril se presentará en Huamanga, Ayacucho, el libro “Memorias de un soldado desconocido. Autobiografía y antropología de la violencia”, de Lurgio Gavilán Sánchez.
Desde que fuera publicado en 2012, el libro autobiográfico de este ayacuchano ha recorrido el mundo, pero es la primera vez que llega a su tierra natal.
La historia es increíble: Gavilán tenía apenas 12 años cuando se enroló en las filas de Sendero Luminoso en Ayacucho. Era enero de 1983.
Aquel niño huérfano, analfabeto y quechua-hablante debió empuñar el fusil para encontrar a su hermano que militaba en las huestes de Abimael Guzmán.
No lo encontró.
Tres años después, en 1986, fue capturado por una patrulla del Ejército. El oficial al mando no lo ejecutó, como se dice que ocurría con algunos detenidos, sino que le perdonó la vida y lo incorporó al Ejército.
El quinceañero Gavilán sirvió en el cuartel Los Cabitos 51 de Huanta y vistió el uniforme verdeolivo por una década. Llegó a ser sargento primero, luego de lo cual pidió su baja para ingresar a la orden franciscana.
Fue novicio en Lima y Junín. Se dedicó a la meditación y a impartir catequesis en los centros misioneros de la sierra y ceja de selva hasta que, en 2000, colgó los hábitos para estudiar antropología.
Fue nombrado profesor auxiliar de la Universidad San Cristóbal de Huamanga y, en 2008, ganó una beca de la Fundación Ford para estudiar una maestría en Antropología en la Universidad Iberoamericana de México, donde radicó desde entonces y escribió el libro.
“Es un milagro que Lurgio Gavilán sobreviviera a esta azarosa aventura. Pero acaso sea todavía más notable que, después de haber experimentado el horror por tantos años, haya salido de él sin sombra de amargura, limpio de corazón, y haya podido dar un testimonio tan persuasivo y tan lúcido de un período que despierta aún grandes pasiones en el Perú”, escribió el laureado escritor Mario Vargas Llosa en el diario El País de España.
“Es cierto. Es un milagro que esté vivo”, reflexiona Gavilán, mientras recorre las calles de Huamanga.
Se conserva delgado como un muchacho y habla con la pausa y los ademanes sencillos de un fraile franciscano. Está casado y tiene dos hijos: Erick, de 18 años, y Estela, de año y medio.
CARETAS lo entrevistó en exclusiva en Ayacucho.
–¿Por qué tituló su libro ‘Memorias de un Soldado Desconocido’?
–El nombre del libro es una metáfora. Mi relato representa a los pobres de nuestros andes, a los desposeídos, a los campesinos. Los más pobres fueron atraídos por Sendero Luminoso, y lo mismo sucedió con los soldados que fueron reclutados para luchar contra los senderistas. Eran recogidos de los lugares más lejanos y más pobres de la serranía.
–¿Cuál es el mensaje que quiere trasmitir con su historia?
–Es un llamado de atención a todos los peruanos de todos los niveles. La gente sigue siendo pobre; nuestro sistema económico es muy desigual, aún existe abandono, hambre y necesidades básicas. El factor pobreza nos lleva al analfabetismo, y lo tenemos desde la primaria, y también en la Universidad. Hay abandono del Estado y Sendero Luminoso lo ha capitalizado como lo quiere hacer ahora el Modavef. Es el mismo lenguaje y debemos estar alertas para evitar que se repita la historia.
–En su relato menciona a un teniente del Ejército de sobrenombre ‘Shogún’. ¿Quién fue?
–Lo considero mi padre militar. Cuando yo enfilaba en Sendero Luminoso, hubo una emboscada militar y él se compadeció de mí y me perdonó la vida. Jamás conocí su nombre verdadero. En una ocasión me envió una carta y después no supe nada más de él.
–¿Qué enseñanzas le dejó su paso por el convento franciscano?
–He pasado cuatro años estudiando en el convento. No fue un tiempo perdido. Ha sido un espacio muy bueno para aprender a perdonar como lo hizo Dios. Pude llegar a los más pobres. Asimismo, aprendí las cinco declinaciones del latín.
–En el libro se menciona que visitó a monseñor Juan Luis Cipriani por recomendación de una monja a fin de ingresar al seminario. ¿Cuál fue el resultado?
–Sí, lo fui a visitar en Ayacucho y le dejé saber que yo era militar y que tenía deseos de convertirme en sacerdote. Me respondió: “cada uno en su sitio”. (En su relato, Gavilán sostiene que Cipriani sabía que al cuartel acudían prostitutas y, por tal razón, no podía estar en el sacerdocio. Cipriani le habría dicho: “vuelve a tu pueblo y sigue rezando a Dios”. Gavilán salió casi llorando de la reunión con Cipriani y regresó a Huanta donde trabajó como peón, cargando piedras y juntando pencas de tuna. Después se volvió a encontrar con la monja y ésta le dijo: “tocaremos otra puerta”. Me presentó a las madres franciscanas de Huanta y me dieron folletos de convocatorias de selección para ser franciscanos”. Gavilán Sánchez recibió el hábito franciscano el 16 de marzo de 1998).
–Si pudiera conversar con el presidente Humala, ¿qué le diría?
–Le pediría que se ocupe más de la comunidad campesina, que la asistencia llegue mucho más a los trabajadores del campo. Le hablaría de mi libro, porque él (Humala) ha sido un militar y me sentiría alegre si pudiera leerlo como lo hizo el escritor Vargas Llosa.
–¿Se siente seguro ahora caminando por Huanta?
–No podemos confiarnos ni siquiera en Ayacucho. Vivimos en un mundo inseguro. Como antropólogo, yo pienso que debemos darle prioridad a la seguridad ciudadana. Debemos enderezar nuestra casa. Necesitamos una mejor educación y la sociedad civil no debe estar aparte, vemos que hay una política, un gobierno, y una sociedad separadas entre sí. Hay que juntarnos, hay que unirnos. (Entrevista de Roberto Bustamante Flores)